VICTORIA NÚÑEZ ESTRADA
Victoria Núñez Estrada
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texto: En la reflexión de mis recurrentes ensoñaciones, me había propuesto relatar con meticulosidad las sensaciones quedespiertan en mí esos sueños, reminiscencias de lugares que alguna vez llamé hogar, metamorfoseados por el ineludiblepaso del tiempo o quizás por las emociones que los tejen, más que por la fidelidad de mi memoria.El rincón onírico que frecuento usualmente adopta la forma de un imponente edificio nocturno, con líneas rectas que seentrelazan en espacios vastos, construido con materiales robustos que resisten el desgaste de la nostalgia.En ese mundo paranormal, el edificio se manifiesta como un recinto que no me es ajeno, amalgama de distintos lugaresque una vez habité, uno de ellos en Cuernavaca y el otro en la Ciudad de México.Fue entrando a la pubertad, cuando contaba con apenas diez u once años, que mi madre, mi hermana y yo nos fuimos avivir solas, consecuencia del divorcio que fracturó el núcleo familiar. Imagino que la magnitud del impacto de aqueldivorcio resonó en mí de manera tan profunda que ahora retorno a ese espacio onírico como a un espacio sin contornosdefinidos, una morada amplia y difusa que parece carecer de estructura tangible. Una estructura que aparentemente seconformaba únicamente con la presencia de un padre, de una figura paterna, ¿Qué era este nuevo “vivir solas”?No obstante, entre las evocaciones, también se despliegan imágenes persistentes que delinean con precisión el lugar:una diminuta mesita que acoge un teléfono y una lámpara, ventanales que se asoman hacia una avenida repleta deautomóviles, cables y luces que alcanzan la altura de nuestra estancia, maceteros de concreto dispuestos a lo largo de laventana, un número inexacto de grandes habitaciones continuas, y un pequeño y recurrente balcón construido con PVCy vidrio, casi estéril en su apariencia, como una incubadora que albergara un modesto pino.En la ensalada de mi conciencia, el pequeño balcón, concebido con la frialdad del PVC y la transparencia del vidrio,parece más que un mero componente arquitectónico. En su aparente esterilidad, el balcón se convierte en un espaciosimbólico, una suerte de incubadora de sueños. En su modestia, alberga la promesa de un renacimiento, donde lasemilla de un pequeño pino se gesta en la penumbra de lo onírico. Como si este rincón en el que se entrelazan lafragilidad del vidrio y la artificialidad del PVC fuera el contenedor donde las ensoñaciones germinan y se desarrollan,preparándose para emerger en la luz de la realidad. El balcón-incubadora se erige como un puente sutil entre los reinosde la vigilia y el sueño, donde la gestación de las visiones se lleva a cabo en la intimidad de la mente.El balcón-incubadora se dispone al fondo de una estancia forrada por una alfombra maltratada color azul tipo oficina.Desde allí se alcanza la mirada de automovilistas distraídos, que, por un breve instante, chocan con la intimidad fugaz denuestro encuentro y, aunque intimidad, al fin y al cabo, nunca idéntica ni profunda como aquella que se desarrolla entrefamiliares, tampoco similar a la que se desenvuelve entre vecinos o personas desconocidas, pero que eliges conocer.El lugar que se presenta en sueños recuerda asimismo al primer departamento que alquilé “yo sola” en la Ciudad deMéxico, por primera vez compartí un piso con un par de estudiantes hasta entonces desconocidas, ¿Qué significa estenuevo “vivir sola”? El piso se repite en ensoñaciones como una estancia amplia y semi vacía, un escenario representadopor seres anónimos, un territorio que no es precisamente hogar. Dispuesto con los enseres que cada una heredó de susfamiliares: restos de cocina, recámara, sala y comedor. Familiares difuntos que desde el más allá, nos comparten elmobiliario seco de una vitrina, también vacía, pero ansiosa por ser atiborrada de juventud.La vitrina se presenta entonces como un receptáculo de objetos atemporales, el crisol de ingenierías fantásticas que,como en los sueños, nada tienen que ver entre sí: la manija de un auto, una máscara de polietileno con forma deborrego, una funda para anteojos, una taza que sirve de alhajero, una polilla muerta de tonos azul-grisáceos, boletos demetro y un foco con su empaque nuevo. La vitrina es el reflejo del tiempo que aguarda los más indistintos momentos. Através de ella se trasluce la memoria, se contempla el reposo de la materia. La vitrina es un espacio como undepartamento, cuyos pisos acumulan meticulosamente una suma de rarezas.En mis sueños me propongo continuamente a subir los escalones elaborados con terrazo, diminutos azulejos color verdeagua revisten las paredes, sujetada de modernos barandales de acero que me guían en este persistente ascender.Mientras subo, los vecinos asoman abriendo levemente sus puertas, ingenuamente proyecto mi mirada furtiva en lo másrecóndito de su hogar. La convivencia en la veecindad urbana a menudo se convierte en un ejercicio observado desde ladistancia, como una imagen que muchos prefieren contemplar sin sumergirse por completo. Espacios cúbicos quefísicamente son cercanos pero que no lo son tanto en lo emocional. Sin embargo, en el soñar ocurre lo contrario,retornas a sensaciones perennes: evocaciones de luz, de amplitud o de estrechez, de calor o frío. Los afectos se vuelvenvolumen, contorno y textura. Lo emocional aquí, deriva en forma.